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Reproducimos aquí el capítulo final del libro Benjamin y la traducción, previa autorización de Ediciones del Subsuelo.

  1. La pérdida de la lengua general o pura, la adámica o la más cercana a la verdad, si alguna vez existió, es una bendición gracias a la riqueza que despliegan los miles de lenguas por toda la Tierra, pero se necesita la traducción para impulsarlas más allá de su ensimismamiento.
  2. Es la multiplicidad de lenguas sin unificación alguna y sin jerarquía lo que permite acceder hasta arriba en la torre de Babel, cuyos escalones son los de la traducción. Ningún esperanto o lengua predominante permite lo que la traducción consigue en la interacción entre la multiplicidad de idiomas. Ni siquiera el lenguaje de la ciencia o de un conocimiento depurado de la confusión de las palabras y las lenguas ha logrado un lenguaje universal, que desde el proyecto cartesiano y leibniziano, todavía pálidamente vivo, aparece como sueño de la metafísica. Ningún metalenguaje hace posible eliminar la traducción. Esa fluidez, claridad y transparencia ansiadas no pueden sino suponer un radical distanciamiento de la experiencia, su empobrecimiento para conseguir el dominio sobre el mundo, que podría llevar a la destrucción de lo humano.
  3. La traducción es un trabajo con palabras que retoma tanto la significación a la que apunta lo traducido como la transformación que tiene lugar en otra lengua, pero lo hace amasando palabras y no significaciones. Traducir es poner un significante tras otro frente al espejo de los significantes de otra lengua, nunca una transferencia de significados. Es un decir sin miedo lo que no se deja decir, en la persistencia siempre fracasada de unir lo que no se puede fundir con el pegamento de la significación.
  4. La traducción apunta a una textualidad u oralidad que brotaría de la cosa misma, como dejando que sea ella la que hable o escriba. Es lo que la une a la fotografía y la separa del dibujo o la pintura, de la literatura también. Porque la traducción no es mera literatura, pese a que, como la literatura, exige respirar con el lenguaje. Apunta con esfuerzo sin límite a dejar que lata la producción de palabras con los impulsos de lo que se traduce.
  5. Hasta la traducción más codificada por los hábitos y el conocimiento ya establecido requiere de un sujeto que permita confrontar significantes uno tras otro, no significados. Más allá del automatismo que mediante la inteligencia artificial enlaza millones de significantes para encontrar la formulación adecuada, la traducción requiere del hablante o del escritor que con su cuerpo lingüístico escoge la mejor concatenación de palabras que se va tejiendo hasta el final desde su experiencia.
  6. La traducción no es reproducción ni mero estímulo para la improvisación. No es una traducción ajustada la que se reduce a poner una palabra por otra a partir de diccionarios o bases de datos. Tampoco hace justicia a lo traducido quien toma como pretexto un original y lo reescribe con toda libertad como si ya hubiera dejado de existir o se recordara vagamente. Ni fidelidad ni discrecionalidad, lo que mueve la traducción es el cuidado que deja que la cosa misma se exprese en lo traducido.
  7. La traducción pone en relación las generaciones muertas con las vivas, lo que de aquellas ha quedado inscrito en el lenguaje que usan los vivos. Por eso la traducción tiene tanta historia como la verdad o el saber, es la historia lo que la penetra hasta la médula, pero no sin que se actualice día tras día, aunque sea microscópicamente.
  8. La traducción está tan imbuida por la sexualidad como el lenguaje o la cultura entera, entendidas como formas de sublimación. Es en el salto o en el rayo que se desprende de un contacto entre los cuerpos de las diversas lenguas donde puede emerger tanto el placer como una nueva vida.
  9. En la traducción se enlazan con amor y odio al menos dos lenguajes, cual amantes que responden a los gemidos y caricias del otro, pero buscando cada uno su propio goce. No es onanismo, ni autismo lingüístico, exige una atención cuidadosa a lo otro, al otro lenguaje, para responder con el que traduce. La traducción permitiría hacer el amor en lugar de la guerra, incluso cuando posibilita, sin miedo, el desamor. La traducción es la alcahueta de los reprimidos por un monolingüismo narcisista. Por eso abre a una confrontación entre lenguas que es una guerra por la paz eterna.
  10. La traducción recoge el no lenguaje de las cosas, la mudez de la naturaleza. Lo hace en la relación entre lenguajes y así retoma el lenguaje adámico que nunca existió más que como mito. Apunta hacia aquel paraíso siempre perdido y para siempre en construcción, ya que busca la felicidad de seres mortales. Con ello, la traducción sustituye el sueño imposible de un lenguaje universal por la tradición a la que da soporte en la sucesión de generaciones, en pos de una humanidad que todavía no existe y que podría realizar el deseo de eternidad en la inmortalidad de lo que salta entre individuos mortales.
  11. Sólo la traducción permite poner en relación fecunda a muertos y vivos con la naturaleza, en la multiplicidad de mundos a los que abren los lenguajes humanos. Y tal vez pueda introducir una nueva forma de hacer política, apoyada en una democracia radical que atiende a una traducción que respeta lo que traduce.

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Electronic reference

Antonio Aguilera and Esperança Bielsa, « Tesis sobre la traducción », Encounters in translation [Online], 4 | 2025, Online since 30 septembre 2025, connection on 07 décembre 2025. URL : https://publications-prairial.fr/encounters-in-translation/index.php?id=1393

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Antonio Aguilera

Filòsof independent

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Esperança Bielsa

Universitat Autònoma de Barcelona, Espanya

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